LA FRASE DEL PERIODO DE TIEMPO QUE VA DESDE SU PUBLICACION HASTA SU REEMPLAZO POR OTRA

"Sin la facultad de olvidar, nuestro pasado tendría un peso tal sobre nuestro presente, que no soportaríamos abordar un solo instante más, y mucho menos entrar en él. La vida sola le resulta soportable a los caracteres triviales, a aquellos que, precisamente, no recuerdan."
(E.M. Cioran)

miércoles, 21 de diciembre de 2011

EL RINCÓN VITRIÓLICO




UN EJEMPLO A SEGUIR

Si realmente fue un suicidio, este joven es un verdadero ejemplo a seguir. ¡Vamos, oficialistas queridos, emulen, emulen a este pobre martir! Y, ustedes, estimados opositores, no se queden atrás, sigan este gallardo ejemplo. Adelante, clase política: MÁTENSE.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

LA COMPUTADORA NO MUERDE, Y LA LICENCIADA SE LO MUESTRA

por la lic. Falazz









Lectores:
Es de conocimiento público que muchos usuarios de Personal Computers temen a que sus operaciones sean espíadas por otras personas, porque ustedes bien saben que las paredes no solo oyen, sino que también ven, como dice mi abuelita. Hoy les traigo, pues, un útil consejito para evitar que lo que pase en el monitor no trascienda los límites de lo privado, siempre manteniendo la gracia, la elegancia, y el garbo.

¡Hasta la próxima!

Lic. Enriqueta Falazz

martes, 13 de diciembre de 2011

IMPERDONABLE OMISIÓN

A veces, las publicaciones cometemos errores, algunos insalvables. Esperamos que en este caso, no sea ya tarde para enmendar un error de nuestra autoría, una terrible omisión, una falta de cortesía, en realidad. Nos hemos dado cuenta de que no saludamos a los lectores ni les deseamos un feliz año cuando comenzó 2003. Tal vez sea esa la razón por la cual una gran mayoría de los lectores dimitieron y pasaron a leer otras publicaciones, llegando algunos inclusive al extremo de abandonar cualquier tipo de lectura (algunos, en un edípico impulso, directamente se arrancaron los ojos).
Les pedimos mil perdones, o dos mil, o cuantos ustedes necesiten. Llego el momento de la redención, y de desearles...





¡FELIZ 2003!








lunes, 12 de diciembre de 2011

GRIS, ROJO Y NEGRO

Otro texto del volúmen perpetuamente inédito de Rne. Juzguenlo, total, no serán juzgados.

GRIS, ROJO Y NEGRO

El sol brillaba como una moneda oxidada y apenas llegaba a filtrarse en el interior a través de la única ventana del lugar, allá en las alturas. Si bien Ernesto no alcanzaba a percibir bien las esquinas del elevado techo, podía de todos modos adivinar las telarañas repletas de huevos y cadáveres de insectos descuartizados que en vano habían tratado de escapar. El sonido de un avión en pleno vuelo se sentía cada vez más próximo. Ernesto escuchó atentamente cómo el estruendo se acercaba de forma inexorable. Una vez que calculó que debía estar pasando por encima de él, levantó la vista al cielo aunque no lo pudiera ver y se puso a dibujar con el dedo la silueta del mapa de Italia en el piso polvoriento. En algunas ocasiones, el olor a nafta de avión proveniente del aeroparque se sentía en el aire cuando el viento soplaba del sur. Si bien a Ernesto le parecía un poco desagradable y le hacía doler la cabeza, significaba para él una especie de postal de la vida, la que se desarrollaba en el exterior, siempre lejos. Reclinó la cabeza y la apoyó contra la pared. Las irregularidades de la superficie, hijas de una construcción rústica y erosionada por el tiempo, se le clavaban en el parietal, pero él estaba tan cansado que no le importó. Miró a Gutiérrez, que estaba apoyado en la pared opuesta.

Las grietas en la cara de su compañero eran tan ostensibles que ni siquiera la pobrísima iluminación podía ocultarlas. Las mismas nacían de sus pómulos rocosos, de elevación caprichosa, y convergían alrededor de sus ojos. Su mirada, otrora torva, inquisitiva y salvaje se había extinguido con los años. No obstante, mantenía cierta rudeza, cierto carácter áspero, pero había tomado un matiz extrañamente paternal y piadoso. Gutiérrez tosió secamente y escupió en el piso. Se limpió la boca con la manga de su uniforme gris y suspiró, pero hasta donde pudo porque el agitadísimo ritmo de su respiración no le dejaba exhalar un suspiro como correspondía. Sus jadeos asmáticos eran silenciados por el omnipresente sonido latoso de las aspas del sistema de ventilación, tan ruidosas como ineficaces. Ernesto podía sin embargo advertir los sibilantes jadeos de su compañero a pesar del ruido. Los adivinaba cuando veía cómo la corpulenta silueta venida a menos de Gutiérrez se inflaba y se desinflaba como un globo maltrecho que no podía contener el aire demasiado tiempo. Casi mimetizado con el gris de la pared, y notoriamente agotado, Gutiérrez se secaba el sudor pasándose la mano por la amplia frente huesuda de su cara, desencajada como la de un pez boqueando en vano sobre las tablas hediondas de un muelle. Ernesto pensó en su familia, que seguramente debía de estar esperándolo en ese mundo lejano, que se pronunciaba de manera demasiado sutil por la elevada ventana. Gutiérrez se puso de pie y empezó a caminar lentamente en círculos con las manos en el bolsillo del uniforme. Ernesto sacó un cigarrillo y se lo puso a fumar mientras recordaba la rueda de presos del cuadro de Van Gogh, tan desesperanzadora como hermosa. Al oler el penetrante aroma del tabaco, Gutiérrez interrumpió la caminata y le pidió una pitada.

–Usted está loco, Gutiérrez, está jadeando como parturienta con contracciones y quiere fumar. –dijo Ernesto sin levantar la vista del piso mientras volvía a dibujar la silueta de Italia.
–Mirá, pibe, ¿ves estas marcas? Yo ya soporto cualquier cosa –dijo Gutiérrez con aliento entrecortado.

A Ernesto le molestaba que su compañero empezara con la exhibición de las famosas “marcas” para tratar de postular una supuesta indestructibilidad de su persona. Se las habían dejado las torturas, entre ellas había un par de quemaduras importantes en el pecho, y unas cicatrices en la espalda, producto de latigazos. Cada vez que Gutiérrez comenzaba la exposición de sus marcas, los ojos se le nublaban con una mezcla de orgullo y dolor de herida nunca cicatrizada. Terminó de mostrar sus horrendos souvenires y se quedó con la mirada fija en la fría pared de cemento, como mirando a través de una ventana inexistente, luego de unos minutos, y tras otro intento de suspiro, volvió a caminar en círculos. Ernesto respiró profundamente y volvió a reclinar su cabeza mientras exhalaba humo. Su rostro se volvió sombrío, grave. Cuando se entristecía, los ojos se le achicaban, los párpados parecían incontenibles cortinas de acero que clausuraban todo contacto con el exterior, y el labio inferior se le fruncía temblorosamente. Se pasó las manos de forma agitada por el pelo, como quien quiere deshacerse de un pensamiento. Pero lo único que logró fue dejar su cabeza llena de pelos grises alborotados y su pena intacta. Volvió a mirar a Gutiérrez, observó sus sienes con tupido cabello, su cabeza calva, su barba frondosa. No pudo evitar recordar la imagen de Kropotkin en el retrato que el mismo Gutiérrez le había enseñado tantas veces. Sí, su compañero era una especie de Kropotkin, pero rústico, ajeno a los modales nobles del original. Un Kropotkin salvaje y, sobre todo, un Kropotkin derrotado, esa fue la definición que Ernesto encontró apropiada.

–¿Y, me vas a dar una pitada o no? –preguntó ansiosamente Gutiérrez.
–¿Con ese asma no le hace mal, digo yo? No se cuida nada usted, eh.

Gutiérrez abandonó su caminata y lo miró fijamente con ojos que parecieron de pronto milenarios, cansados de haberlo visto todo. Tosió fuertemente y todo el cuerpo se le sacudió. Las manos encallecidas y sudorosas le temblaban por debajo de las mangas del uniforme gris. Se asomaban tímidamente, desde el puño de la camisa que llevaba abajo del uniforme, unos gemelos de otras épocas, rojos y negros. Un finísimo pero fuerte haz de luz entro como un polizón e iluminó, con la precisión de un reflector, la boca de Gutiérrez. Ernesto la miró detenidamente. La boca de la cual, en algún momento pretérito, cuando era aun firme e implacable, habían surgido discursos que no se sabían entonces meros imposibles. Ernesto miró esa boca ahora resquebrajada, rodeada de arrugas, el labio inferior reseco y agrietado frunciéndose temblorosamente. Esa boca ahora iluminada en medio de la penumbra de una habitación bañada por una luz mortecina. Esa boca que no se diferenciaba demasiado de la suya. Ernesto sintió que tenía algunas palabras atragantadas que exigían ser articuladas, pero no atinó a decir nada, ya era la hora de partir.
Caminaron por unos minutos por una serie de pasillos, los cuales eran cruzados por otros pasillos idénticos que a su vez eran interceptados también por otros iguales. Una verdadera cuadrícula arquitectónica hecha de repeticiones, de puertas marrones a veces, en pocos casos, identificadas con números; en otros, los números ya no estaban y sólo habían dejado alguna tenue marca en la pared que indicaba que en algún momento habían existido. Esta ausencia de números le daba un carácter aun más anónimo a la ya de por sí fría estructura por la que se movían. Finalmente subieron por unas escaleras interminables. Gutiérrez se agarraba de la gastada y áspera baranda casi con asco. Los escalones tenían los bordes ya redondeados por el tiempo, había que subir con cuidado para no resbalarse. Al rato llegaron a la planta baja.
Mientras salían por la gigantesca entrada, el policía de la guardia fija, un hombre de rostro perpetuamente sudoroso con bigotes tupidos, los saludó. Ernesto movió la cabeza sin decir palabra en modo de retribución de saludo, Gutiérrez salió inmutable, con la mirada fija al piso, y ambos se alejaron del ministerio.

Afuera también reinaba el gris: se había nublado. Caminaron unas cuantas cuadras hasta la avenida. El viento frío soplaba muy fuerte entre los edificios también grises. Llegaron hasta una esquina. Ernesto dibujaba con el dedo el mapa de Italia dentro del bolsillo de su campera.
–Yo me tomo el colectivo en la otra cuadra –dijo casi suspirando, con un nudo en la garganta. Gutiérrez asintió en silencio.

Antes de despedirse, Ernesto se acercó a su compañero.-Tome, pero no los fume todos hoy, eh.

FIN

domingo, 4 de diciembre de 2011

ENIGMÁTICO ENIGMA


(para ver en grande la imagen, abranla en otra ventana, o en otra pestaña)



Nadie en nuestro staff pudo resolver el misterio que atormenta a nuestro director desde hace años: ¿dónde está la gracia en este chiste de Quino? ¿Qué es lo que en teoría debería causarnos gracia? Todos aquí admiramos mucho al señor Lavado, a sus geniales chistes gráficos y a su emblemática Mafalda. En resúmen, pensamos que Quino es un genio del mundo de la historieta; pero este chiste escapa nuestra capacidad de entendimiento. ¿Algún lector podrá ayudarnos? Por favor se lo pedimos: saquenle al pobre Rne esa carga que lleva hace tantos años, aunque sea esa.