LA FRASE DEL PERIODO DE TIEMPO QUE VA DESDE SU PUBLICACION HASTA SU REEMPLAZO POR OTRA

"Sin la facultad de olvidar, nuestro pasado tendría un peso tal sobre nuestro presente, que no soportaríamos abordar un solo instante más, y mucho menos entrar en él. La vida sola le resulta soportable a los caracteres triviales, a aquellos que, precisamente, no recuerdan."
(E.M. Cioran)

viernes, 29 de junio de 2012

RAZONANDO LO IRREAL

Antagonismos. Lo intelectual y lo emocional. Lo racional y lo fantástico. Generalmente la ciencia y la literatura están ubicadas en la mente del público en esferas opuestas: lo diurno y unívoco por un lado, y lo oscuro y ambiguo por el otro. La ciencia, en su permanente afán de explicar el mundo real; la literatura, inventando nuevas realidades. El científico, ese recto preceptor de lo posible; el escritor, ese desalineado demiurgo de fantasías en constante expansión. Sin embargo, estos antagonismos son hijos de meras generalizaciones apresuradas.
En primer lugar no hay descubrimiento científico sin espíritu creativo, ya que el buen científico tiene que tener la capacidad de inventar un gran número de hipótesis variadas, una invención, el hallazgo de una concepción o idea que haga entendibles los hechos. Fue la creatividad lo que llevó a Johannes Kepler a introducir la elipse una tras encontrar erróneas las órbitas circulares, así como como fue la que llevó Newton a postular que la fuerza que producía las mareas y la caída de manzanas era la misma.
En segundo lugar, no hay obra literaria que no se nutra de una realidad, así no sea más que para subvertirla. Es la lógica inversa la que produce el concepto de no-cumpleaños y demás inversiones en Alicia a través del Espejo, de Lewis Carroll.


Muchos serían los sorprendidos si dijéramos que la ligazón entre lo científico y lo literario se da con evidente claridad en géneros literarios que gozan de vastísima difusión y popularidad cotidiana. Y es que la génesis misma de los primeros géneros populares modernos está atravesada por ese mundo de hipótesis, razonamientos y comprobaciones que a primera vista parecen tan ajenas al arte de narrar.
El aporte del pensamiento científico va a ser vital para el desarrollo de la literatura popular moderna, lo que no resulta casual, ya que los géneros populares nacen en el contexto del siglo XIX, época signada por descubrimientos científicos y el nacimiento del positivismo. La frontera entre lo posible y lo imposible queda delineada con una claridad sin precedentes. Si bien el racionalismo no era una corriente nueva, sino que provenía del siglo anterior, la difusión de la ciencia comienza a ganar masividad recién en este momento (las primeras publicaciones populares de divulgación científica comienzan en la segunda mitad del siglo, de hecho). Son épocas en las que nace la profesión de científico en sí y el positivismo postula a la razón como único principio válido para comprender el mundo. El lector que consume estos primeros géneros literarios populares a través de diarios, revistas y folletines, es también netamente racional. La aparente oposición entre lo lógico y racional y la literatura resulta ridícula: tanto escritor como lector se encuentran en pleno auge de la razón, y el papel que esta va a jugar en la estructura de los nuevos géneros literarios va a ser central. De hecho, resulta muy difícil imaginar a los tres géneros que surgen en ese período —el relato fantástico, el relato policial clásico, y el relato de ciencia ficción—germinando en otro momento.


El género fantástico, cuyo nombre ya sugeriría a muchos una distancia proverbial con lo científico, no se puede construir sino a partir de un marco racionalmente comprobable. El escritor parte de lo científicamente posible para conmoverlo con un elemento insólito e inexplicable, una ficha de rompecabezas que simplemente no encastra, un detonante que supera las capacidades racionales de los personajes, y a cuya explicación jamás se arribará. Un ejemplo paradigmático de este tipo de relato es El Horla, cuento del francés Guy de Maupassant en el que un hombre es atormentado por una presencia, una entidad cuya existencia no puede comprobar empíricamente. Se trata de un claro retrato de un racionalista que desconfía de los sentidos y los considera insuficientes: “¡Cuán profundo es el misterio de lo Invisible! No podemos explorarlo con nuestros mediocres sentidos […]”. Esta idea también se expone en los parlamentos de un monje que dialoga con el protagonista: “—¿Acaso vemos —me respondió— la cienmilésima parte de lo que existe? Observe por ejemplo el viento, que es la fuerza más poderosa de la naturaleza; el viento, que derriba hombres y edificios, que arranca de cuajo los árboles y levanta montañas de agua en el mar, que destruye los acantilados y que arroja contra ellos a las grandes naves, el viento que mata, silba, gime y ruge, ¿acaso lo ha visto alguna vez? ¿Acaso lo puede ver? Y sin embargo existe”. A pesar del horror que lo invade, el personaje actúa con frialdad y jamás abandona el faro de la razón para guiarse en la oscuridad de lo inexplicable. Cuando no encuentra una justificación en el terreno de lo que ya fue investigado (la posibilidad de haber sido hipnotizado o de padecer de un tipo de locura sobre la cual lee en Revista del Mundo Científico), recurre a experimentos, elabora hipótesis, agota toda posibilidad racional; es decir, actúa como un científico, ni más ni menos. El personaje de Maupassant cree resolver la angustiosa confusión en la que está inmerso mediante la explicación de que aquella presencia extraña que lo tiene en jaque no se trata sino de un nuevo ser que él bautiza como “el Horla” (“¡Un ser nuevo! ¿Por qué no? ¡No podía dejar de venir! ¿Por qué nosotros íbamos a ser los últimos?”), y cuya percepción resulta imposible para el limitado sentido de la vista humana. Esta teoría es finalmente desestimada por el personaje de un modo que nos recuerda a la hipótesis cartesiana del genio maligno: un hechizo del Horla lo está conduciendo a razonamientos que no tienen sentido (“¿Qué es lo que tengo? Es el Horla que me hechiza, que me hace pensar esas locuras. Está en mí, se convierte en mi alma. ¡Lo mataré!”). Finalmente, entregado a afiebradas e infructuosas deducciones, y tras desesperados intentos de eliminar a la presencia del Horla, el personaje decide suicidarse. Leitmotiv de la narración fantástica: ante la insuficiencia de la razón, el hombre desespera y el equilibrio de su universo se quiebra.


Edgar Allan Poe
Generalmente, la figura del escritor Edgar Allan Poe suele estar asociada a todo aquello que rezuma ensueño, locura, terror y lo que sea necesario para que su obra vaya en consonancia con su adicción al opio y con el alucinado final de su vida en pleno delirium tremens. Sin embargo, Poe era un hombre extremadamente racional que sostenía que las poesías eran producto de un intenso proceso intelectual que nada tenía que ver con la asistencia de las musas (idea que expone en su ardua y rígidamente lógica Filosofía de la composición). No debería extrañarnos, pues, que fuera él el iniciador de un género tan ligado al razonamiento deductivo como el policial clásico. Mientras que cuesta creer que sus poesías hayan sido compuestas con el método que él postula, no ocurre así con sus relatos policiales, escritos con el rigor matemático que la estructura del género requiere.
En 1841, Poe publica el cuento fundacional del género: Los asesinatos de la rue Morgue, texto que ya contiene los dos ingredientes indispensables del policial de enigma: un hecho inexplicable (un brutal asesinato en un cuarto cerrado con llave desde adentro) y un personaje que mediante el uso de la razón devela el misterio (el detective aficionado Auguste Dupin). El análisis y el proceso deductivo ocupan el centro del relato, y son descriptos minuciosamente en los parlamentos de Dupin, quien además encuentra tiempo para profundizaciones teóricas, lo que quiere decir que no solo se expone lo que deduce, sino, además, sus meditaciones acerca del método deductivo en sí. Lo que importa realmente en el relato es sobre todo el proceso mental de análisis, de deducción, la capacidad de razonar puesta en práctica. Esto se evidencia ya en las primeras líneas del cuento, en las que Poe exalta los goces de estas prácticas: “Las condiciones mentales que suelen considerarse como analíticas son, en sí mismas, poco susceptibles de análisis. […]De ellas sabemos, entre otras cosas, que son siempre, para el que las posee, cuando se poseen en grado extraordinario, una fuente de vivísimos goces. Del mismo modo que el hombre fuerte disfruta con su habilidad física, deleitándose en ciertos ejercicios que ponen sus músculos en acción, el analista goza con esa actividad intelectual que se ejerce en el hecho de desentrañar “. La razón no es solo la clave hacia lo verdadero, sino además un goce. La misma focalización en la deducción es la que usa Poe en El Misterio de Marie Roget. El cuento comprende casi exclusivamente del análisis exhaustivo que hace Dupin sobre un asesinato inexplicable sin que se describa demasiado qué es lo que ocurre una vez que el crimen ha sido lógicamente resuelto. No hay grandes diferencias entre estos pasajes expositivos que construye Poe y un estudio de lógica. Lo que importa realmente es el método por el cual se resuelve el caso, el retrato del hombre como animal analítico. El género del policial clásico no resistió el paso del tiempo. Los artificios que habían permitido crear las escenas del crimen que analizaba Dupin se volvieron insuficientes y aquellos relatos sonaban ya demasiado estériles para el lector del siglo XX. Esa platónica figura analítica del detective que resolvía crímenes como si de problemas de algebra se trataran fue reemplazada por los seres carnales que transitaban el mundo del policial negro, donde los enigmas no eran ya el centro del relato.


El tercer género popular nacido durante la modernidad del siglo XIX parece proclamar desde su nombre una estrecha cercanía con la ciencia. Nos referimos a la ciencia ficción.
El relato de ciencia ficción se construye tomando al método científico como método de construcción narrativa, ya sea planteando situaciones hipotéticas (¿qué ocurriría si …?) así como trabajando de manera contrafáctica sobre terreno conocido (¿qué habría ocurrido si…?). La cercanía del género con la ciencia se refleja además en descubrimientos y desarrollos tecnológicos que fueron adelantados desde la ficción. Jules Verne especula con la posibilidad de viajar a la Luna en De la Tierra a la Luna (1865); Murray Leinster describe una red de características muy similares a lo que sería años después Internet en Un lógico llamado Joe (1946); Isaac Asimov teoriza acerca de robótica en los cuentos que componen Yo,robot (1950); y Aldous Huxley menciona las posibilidades de clonación en Un mundo maravilloso (1932). Ciencia y ciencia ficción mantienen un vínculo de retroalimentación: los escritores se mantienen muy al tanto de los avances científicos y construyen desde la ciencia, y muchas de sus obras inspiran nuevos experimentos y descubrimientos.


Frankenstein según Berni Wrighston
A pesar de su hermandad nominal con la ciencia, o tal vez debido a ese vínculo, la ciencia ficción va a ser el género que más críticas éticas le realice a la práctica científica. Si bien en la obra de uno de los primeros exponentes del género, Verne, se ven rastros del socialismo romántico, de fe en el progreso y en la capacidad del hombre de transformar mediante la razón y la técnica al mundo en un lugar ideal, la ciencia ficción por lo general expresará una mirada mucho más pesimista (cabe agregar que las novelas de Verne debían su aire optimista a las sugerencias del editor Pierre-Jules Hetzel, quien buscaba eliminar todo rastro sombrío de los originales del autor). Un ejemplo claro es Frankenstein; o el Prometeo Moderno —novela de Mary Shelley publicada en 1823 —, que podría considerarse la primera obra del género. En ella se especula con la posibilidad científica de que el hombre pueda crear vida en un laboratorio, objetivo que el personaje del doctor Victor Frankenstein logra con un engendro compuesto por restos de cadáveres humanos y animales, basándose en los tratados acerca de los efectos de la electricidad en los cuerpos que había escrito Luici Galvani. En la novela de Shelley, la razón, que permite al hombre la prometeica tarea de crear vida, conlleva resultados funestos. La criatura del doctor resulta ser abominable física y moralmente, la idealizada fuerza creadora de la razón desemboca en destrucción. Resultados abominables de laboratorio también son un elemento clave en La isla del doctor Moreau, obra publicada en 1896 por uno de los grandes artífices del género, H.G. Wells, quien pone en tela de juicio la ética científica y duda de la concepción de la razón y la ciencia como sinónimos de progreso y bienestar. El científico como dios perverso, personificación del lado oscuro de la razón.

Primera edición de 1984
Otro caso de esta valuación negativa se da en la construcción de las antiutopías. En este tipo de relatos, el avance de la ciencia no conduce al progreso y la realización del hombre en todo su potencial, sino a situaciones devastadoras y a la deshumanización, como se observa en Un mundo maravilloso, de Aldous Huxley, que presenta un hipotético futuro en el que la humanidad se crea en laboratorio ya dividida en castas (Centro de Incubación y Condicionamiento), los avances tecnológicos fomentan el hedonismo y la superficialidad, y la ciencia es aliada de las esferas del poder, cuyo control sobre la vida de la ciudadanía es total. Hay un trabajo fuerte no solo desde las ciencias exactas, sino también desde las sociales en algunos de estos relatos, como se ve percibe en 1984, de George Orwell, que incluye detalladísimas explicaciones políticas acerca del estado totalitario y de las maniobras que permiten la mantención del mismo mediante manipulaciones del relato histórico, una vigilancia constante del ciudadano y una fuerte represión física, psicológica y cultural.
Tanto la novela de Huxley como la de Orwell se publicaron en un mundo muy diferente al de Verne, un mundo en el que los horrores de la guerra habían sido potenciados por la técnica y la fé en el progreso estaba perdida. La ciencia y la razón, que otrora certificaban el advenimiento de un mundo mejor habían resultado de gran aporte a la hora del sometimiento y de la violencia. La literatura, una vez más, respondía ante la realidad.

El matemático francés Charles Picard decía que los matemáticos en sus especulaciones eran artistas, y poetas en el mundo de los números y de las formas. Su colega alemán Karl Weierstraß sostenía que un matemático no era digno de ese nombre si no era un poco poeta. Tal vez ambos pequen de mala poesía, pero es innegable que tanto la ciencia como la literatura son parte integral de la cultura humana, cultura vasta y compleja cuyo intrincado entramado afortunadamente no admite divisiones frías y categóricas.

lunes, 18 de junio de 2012

EL "RANA" VALENCIA: RETRATO DE UN VICIOSO PROGRESIVO

 La revista "El Gráfico" publicó en 1978 una nota en la que repasaba la vida de José Daniel "Rana" Valencia, exitoso jugador de la década del setenta, integrante del plantel de Talleres de Córdoba y de la selección nacional que ganó la Copa Mundial del 78. Lamentablemente, Valencia fue uno de los tantos jugadores a los cuales la fama arrastró hacia una vida vertiginosa de vicios y excesos. El siguiente fragmento de la nota es sinceramente escalofriante.

Como si la noche, el auto, los "anteojitos hippie" y el cigarrillo no fueran suficiente, Valencia sucumbió también a la música progesiva. Como bien declara el jugador, a los veinte años uno "ve venir las cosas y las quiere tomar todas". La triste verdad es que José Daniel, a pesar de internaciones y tratamientos psiquiátricos, nunca pudo dejar la música progresiva. El siguiente documento fotográfico constituye un verdadero capítulo negro de nuestro deporte nacional.
 El Gráfico llevó a Valencia a su escuela primaria para sacarle una foto en el aula que lo había visto aprender las tablas de multiplicar y la campaña libertadora del General San Martín. Sin embargo, Valencia está en otra: esboza una sonrisa alucinada mientras acaricia un poster de "Foxtrot", de Genesis.

 Por más halagos que el técnico Saporiti le dedicara, a Valencia sólo le interesaba lucir de modo altanero su remera de Frank Zappa and The Mothers of Invention.

Uno de los amigotes del triste entorno de Valencia le obsequia "Pescado 2" en esta triste postal de un hombre que llegaba a escuchar 8 solos de Hammond por día.

Ni siquiera un viaje por el Congo pudo alejarlo del vicio. Aquí, con una edición africana de "Animals", de Pink Floyd.

Los años pasaron y su retiro no hizo más que acentuar una adicción que ni siquiera se molestaba en ocultar frente a los niños. Aquí, junto a una edición usada de "Películas", de la Máquina de Hacer Pájaros. Su vicio lo había llevado a la bancarrota.
Maradona, naturalmente inclinado al vicio, también quiso probar. Valencia le pasó "Head Hunters", de Herbie Hancock y para Diego Armando significó un pasaje de ida. Se dice que ambos estuvieron involucrados en una maniobra ilegal de mini moogs. Maradona logró dejar el vicio años después, tras una tratamiento de cumbia intensivo.

sábado, 16 de junio de 2012

YVES CHALAND

Yves Chaland fue uno de los grandes historietistas de su generación, tal vez el mejor, vaya uno a saber. Lamentablemente, un accidente automovilístico dejo trunca su carrera cuando sólo tenía 33 años. Desde Nada lo recordamos y recomendamos que busquen sus historietas y las lean, son joyas del género, tanto desde un criterio gráfico como argumental. Salud por el buen arte, pues.

sábado, 2 de junio de 2012

LA SORPRENDENTE REGINA

Justo cuando uno estaba pensando que todo estaba perdido (y, sí, de a ratos largos pensamos eso), llega el nuevo disco de nuestra adorada Regina Spektor. Vuelve a soprendernos, y a la vez no nos sorprende, ya que así como sus nuevas canciones nos regocijan con nuevos giros y sutilezas inesperadas, estamos hermosamente acostumbrados y no esperamos otra cosa.
A través de once temas distribuidos criteriosamente a lo largo de 38 minutos, Regina -siempre con las notas justas, sin excesos, con el extraordinario buen gusto con el que arregla sus idiosincrásicas canciones- nos hace olvidar por un rato de este mundo hostil, o al menos lo hace mucho más llevadero.
Lo hizo de nuevo nomás, esperemos que siga sin sorprendernos con su continua sorpresa.