LA FRASE DEL PERIODO DE TIEMPO QUE VA DESDE SU PUBLICACION HASTA SU REEMPLAZO POR OTRA

"Sin la facultad de olvidar, nuestro pasado tendría un peso tal sobre nuestro presente, que no soportaríamos abordar un solo instante más, y mucho menos entrar en él. La vida sola le resulta soportable a los caracteres triviales, a aquellos que, precisamente, no recuerdan."
(E.M. Cioran)

martes, 18 de noviembre de 2008

HUMOR PARA TODA LA FAMILIA (excepto los neonatos)

Que tal, soy Rne, generalísimo de este espacio. Es un placer para mí oficiar de maestro de ceremonias con frac y todo (una pena que no me puedan ver). Hoy, en nuestro espacio humorístico habitual (?), un cuento de gallegos extraído del libro “Los mejores 51 cuentos de gallegos” de Eugenio Barrancas. No está de más aclarar que Barrancas no era humorista, sino un aspirante a novelista que nunca realizó su anhelo. Pero, bueno, pobre tipo, hacía lo que podía para llegar a fin de mes y aceptaba otros tipos de encargos, aunque éstos no estuvieran del todo ligados con la literatura.. Lamentablemente, se rumorea que la editorial que sacó este libro mutiló los textos del pobre Barrancas sin consentimiento. Algunos han llegado a sugerir que ni siquiera le pagaron (estos datos me los proveyó el propio Barracas, que vive a tres casas de la mía).
De hecho (tal vez sea mi imaginación, no lo sé), hay un cambio de registro hacia el final del texto. Tal vez se trata de un giro literario intencional del autor, pero realmente lo dudo. De todos modos, no pude confirmar este hecho con el propio Barracas porque su esposa no lo dejó seguir hablando aludiendo que ya era hora de “ir a comprar el pan rayado de una maldita vez” (en realidad, no fue “maldita” la palabra que usó).
Mientras le paso el cepillo al frac y me ajusto el moño, les presento esta gema del humor titulada...

“LA CARTA”

“Manolo despertó con la extraña certeza de que lo aguardaba un día fraguado en cemento. Tal vez lo leyó en el extraño y foráneo zumbido que resonaba en su cabeza y hacía que tambaleara en su interior un presentimiento ineludible y cifrado. De todos modos, alguna esperanza debía de albergar porque, con oscuros presentimientos y todo, se levantó dispuesto a enfrentar “lo que tuviera que venir”, como si los hechos que concatenados forman la vida fueran meros esclavos de un Destino tirano e implacable. Las cosas tenían que ocurrir.
Mientras se afeitaba se cortó un par de veces pero, sumido en sus presentimientos oscuros y en una somnolencia rebelde y pertinaz, no le prestó atención al dolor. Estoico, casi automatizado, cortó un pedacito de papel higiénico con notable prolijidad y se lo colocó en la herida. Mientras el papel se embebía con su sangre, Manolo rumiaba por terrenos existenciales y le nacían pensamientos que decidió, por un raro impulso, testimoniar por escrito. Claro que una vez sentado frente al papel en blanco su espíritu se agotó ante tanto renglón vacío y sediento y ya no tuvo ganas de escribir nada. Se sentía agotado y el presentimiento de un mal advenidero continuaba dando un tono continuo, como si fuera un coro pesadillesco de agoreras. Mientras tomaba un café sin azúcar se puso a dibujar garabatos con un lápiz. Figuras que intentaban ser antropomórficas veían interrumpida su gestación por espirales, asteriscos y signos de pregunta que se aglomeraban y unidos eran ya un verdadero tachado que a la manera de una marea de hormigas invadían el papel y lo devoraban todo. Arrancó la hoja del block, la hizo un bollo e intentó un tiro con aires pseudo-basquetbolísticos hacia el tacho de basura. La trayectoria del papel se vio interrumpida por las paletas del ventilador, que en pleno giro incesante, devolvieron el bollo directo a la frente de Manolo. Luego de adjudicarle a este trivial episodio una fortísima carga simbólica y de considerarlo una alegoría refulgente de los fracasos de su vida, Manolo recostó su cabeza en la mesa y comenzó a hablarse a sí mismo mientras fijaba la mirada en la lámina de Munch colgada en la pared. Le llamó la atención que pudiera hablarse a sí mismo y a la vez reparar en el cielo áspero y anaranjado, en ese grito enajenado que casi podía oír proviniendo del cuadro. Y, a su vez, le llamó la atención que a pesar de dedicar su mente a la sorpresa no hubiera interrumpido siquiera un segundo ni su monólogo ni su observación. Es decir, ya estaba llevando a cabo tres procesos mentales a la vez: el diálogo interno, la observación del cuadro de Munch y la sorpresa ante la coexistencia independiente de los dos procesos anteriores. Y ahora se sumaba otro proceso más: ¡la sorpresa ante el hecho de poder realizar aquellos tres trabajos mentales a la vez! Y, como era de esperarse, esta último estado de asombro a su vez no interfería en nada con el desarrollo de las otras tres tareas, y por lo tanto ya eran cuatro los procesos mentales en plena ejecución...... “Y así podría seguir infinitamente”, se dijo. Se sentía desdoblado, y atiborrado de sensaciones. Oía su voz por dentro, en pleno monólogo, a la vez se maravillaba por la composición subyugante y dramática de Munch, y sin embargo parecía estar realizándolas en paralelo, como si tuviera dos sistemas nerviosos, tres, cuatro o más aún, uno para cuanta tarea desarrollara, y todos para un sólo cuerpo extasiado por estímulos…
Abandonó súbitamente esa espiral de reflexiones y, apurando el último sorbo de café ya frío, decidió acudir a su propia ayuda con urgencia. Después de todo, quién mejor para asistirlo en ese momento que él mismo. “Cualquiera sería mejor”, pensó, pero, visto y considerando que estaba solo, no había más remedio que desdoblarse y poder redactarse una carta a sí mismo. Una carta que lo asistiera, que le permitiera aclarar sus pensamientos y desembarazarse de esos presentimientos siniestros que lo inquietaban hasta hacer peligrar su (hasta el día de hoy) sólida cordura. Una carta proveniente del Manolo más racional, más frío, con la actitud más desdeñosa para con las manifestaciones más inexplicables del alma. Un Manolo calculador a un nivel por momentos cínico: un racionalista recalcitrante y sectario, por así decirlo (¿racionalismo sectario? interesante concepto). Tomó el lápiz, le sacó punta y forjó metódicamente una diatriba sin misericordia alguna en contra de lo Misterioso.
Manolo terminó su suerte de manifiesto y de inmediato tocaron a la puerta. Un poco más tranquilo, fue a abrir.
“Manolo, ¿por qué tardaste tanto en abrir?”, dijo Manuel mientras entraba y acomodaba en la silla de su amigo. Al ver la mesa con papeles, a Manuel le pareció que estaba sobrando en ese lugar. “Uy, ¿te interrumpo? ¿Estabas ocupado?”, dijo con exagerada cortesía.
“No”, dijo Manolo nervioso, con un poco de vergüenza tras ver que la carta a sí mismo estaba a la vista. Ahora de cierta manera aquélla idea le parecía ridícula. Con la llegada de otra persona, su monólogo le parecía irrisorio, casi patético.
“Te noto extraño. Intranquilo, diría”, dijo Manuel.
“No, no……no”, dijo algo balbuciente Manolo.
Manuel se sintió un intruso demasiado inquisidor. “Bueno”, le dijo a su amigo y le sonrió con un dejo de nerviosismo. Algo tenso flotaba en el aire. Ese presentimiento, ese velo que insistía en enturbiarlo todo. Imperceptible, casi, pero sutilmente presente, ¡faltamente presente!
Entonces Manuel agarra y le dice a Manolo, que también era gallego y también bruto:“Ah te escribistes una carta che. ¿Y que te decis?”
“No sé”, dijo Manolo “Todabía no la resibí”


Ah, qué plato este Barrancas.
Hasta el próximo encuentro humorístico. Tengan ustedes muy buenas noches (qué calor que da este frac).

Nota final: Luego de haber terminado de transcribir esto, recibí un llamado de un Barrancas dispuesto a proveer más detalles sobre el libro, pero su esposa le dijo (bah, le gritó) que ya era hora de que dejara de “holgazanear” y que se pusiera a panar las milanesas de una “bendita” vez.

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