LA FRASE DEL PERIODO DE TIEMPO QUE VA DESDE SU PUBLICACION HASTA SU REEMPLAZO POR OTRA

"Sin la facultad de olvidar, nuestro pasado tendría un peso tal sobre nuestro presente, que no soportaríamos abordar un solo instante más, y mucho menos entrar en él. La vida sola le resulta soportable a los caracteres triviales, a aquellos que, precisamente, no recuerdan."
(E.M. Cioran)

martes, 18 de octubre de 2011

OTRO RELATO, SI SEÑORES

Les traemos otro adelanto del libro de relatos (de inminente edición) de Rne. El volúmen se titulará "1113 relatos que vengo acumulando desde hace años y que , el otro día justo estaba pensando, no estaría mal editarlos porque, bueno, todos queremos tener nuestro propio libro, vieron como son las cosas, hoy estamos, mañana también, pero por ahí pasado... también, pero tal vez no, ¿no?". El título es bastante tentativo, según nos dijeron en la supuesta editorial.




ELEGANTE ETIQUETA

Justo cuando estaban por servir la sopa de alcachofas, a Enrique se le cayó el brazo. Una calamidad, realmente, porque que se le cayera mientras dormía, vaya y pase, pero justo en la cena, antes de la sopa, eso era un verdadero desastre. Era raro e inesperado porque ¿acaso no había tomado todas las precauciones antes de salir? ¡Tanto esmero en coserlo prolijito para qué! Largó una risita nerviosa que no logró aplacar el gesto de desagrado de la señora Echagüe Alvarado, que frunció la boca mientras seguramente pensaba para qué lo había invitado, justo hoy que iba el embajador. Bueno, pero él no lo había hecho a drede, hay que ser comprensivos con este tipo de percances, somos humanos. Hacer como que nada pasaba no tenía mucho sentido, así que se disculpó, se agachó a buscar el brazo y al incorporarse puso cara de “son cosas que pasan, vio”. El agregado cultural cortó el silencio incómodo que se había instalado halagando las cortinas del comedor y tratando de adivinar el país de procedencia de la tela. Nombró como quince países sin acertar, y cada vez que erraba decía la frase “ya sé, ya sé, no me diga” y paso seguido lanzaba otro nombre. De más está decir que al cuarto país que mencionó, a nadie le importaba ya la incógnita, mitad porque era un tema irrelevante, y mitad porque la atención se desvió a Enrique, a quien se le acababa de caer una oreja, y adentro de la copa. Mientras maldecía a los fabricantes de pegamento y trataba de sacar la oreja disimuladamente de la copa (tarea bastante complicada), ponderaba las bondades del vino, que tenía muy buen cuerpo y un dejo a almendras, aunque no estaba seguro. Guardó la oreja en el bolsillo e intentó acertar ahora él la procedencia de las cortinas. Acertó, era raso de Marruecos, pero a nadie le importó (de todos modos, le había pegado de suerte). El embajador negó con la cabeza mientras miraba fijo la copa. Ellos sabrían disculparlo, tenían que saber disculparlo, seguramente al rato iban a estar tomando cognac en la biblioteca, riendo acerca del asunto mientras la señora Echagüe Alvarado tocaba el piano, porque un percance es un percance, no exageremos.

El pie se le desprendió mientras estaban con el postre. Ni bien se dio cuenta se sobresaltó, y los crệpes se le salieron del plato. El embajador miró para arriba, resignado. Se escucharon comentarios en voz baja. Esta vez no sonrió ni se molestó en disimular, estaba todo perdido, y eso que no habían visto el pie suelto debajo de la mesa. ¿Cómo iba a disimular a la hora de salir? No pueden no darse cuenta de la ausencia de un pie, digamos que es algo que no se puede pasar por alto. Además, la señora Echagüe Alvarado había hecho una cara que garantizaba miradas inquisidoras y alguna reprimenda antes de que se fuera, y cuando viera el pie ausente se acababa todo, pum, así de fácil. ¿La excusa del baño para luego escaparse por la ventana? No, no tenía sentido, los baños estaban en la planta alta, se iba a matar del golpe; además, saltar con un solo pie es incómodo. La otra alternativa era ir al baño, pero para volver a coser el pie. Sin embargo, ni bien se levantara de la silla, ya se iban a avivar, no, no había caso, se acabó todo. La última posibilidad que pudo pensar fue la de sacar el pie de adentro del zapato, guardarlo adentro del saco, y antes de salir meter el extremo de la pierna en el zapato y tratar de caminar lo más normal posible. Por algo era la última idea que había barajado: no tenía el más mínimo sentido. Cabizbajo y nervioso, moviendo incesantemente el pie que le quedaba, esperó que todos terminaran de comer. ¡De comer! Claro, la sobremesa, el cognac en la biblioteca, era cuestión de quedarse solo unos minutos en el comedor con alguna excusa, un par de puntaditas, y a la biblioteca como si nada hubiera ocurrido.
Inesperadamente, todo el plan comenzó bien. Los comensales fueron invitados a beber algo a la biblioteca de la señora Echagüe Alvarado, que no podía (y no quería) disimular el orgullo que sentía por su voluminosa colección de libros, no había manera de que alguien fuera invitado a su casa y no terminara en esa biblioteca. Cuando todos se habían levantado de la mesa, él adujo un adormecimiento en la pierna y aseguró que en unos minutos estaría con ellos. Nadie pareció molestarse por su excusa, pero seguro que ya estaban saturados con su presencia, así que lo importante era no pasar más vergüenza y salir de allí de la manera más decorosa posible. Sacó los infaltables hilo y aguja del bolsillo, y se cosió el pie un poco dificultosamente: no era fácil con un solo brazo. Tan mal no quedó, pero no había que forzarlo mucho, eso sí.

Entró a la biblioteca cuidadosamente. Todos escuchaban con atención a la señora Echagüe Alvarado, que estaba en medio de un solo de arpa, porque al final no era el piano lo que tocaba. Se paró estratégicamente de manera de que nadie quedara a su izquierda y pudiera ver el espacio dejado por la oreja ausente. Trató de aparentar estar concentrado en la música y cuando la señora terminó, sonrió exageradamente y asintió con la cabeza a falta de aplauso. Para estar parado, el pie se mostraba firme. Restaba quedarse tranquilo y luego unos pocos pasos desde la residencia al coche, total el chofer lo iba a llevar hasta la casa. Enrique se quedó tranquilo.
El agregado cultural vino sonriente a intercambiar unas palabras con él, así que tal vez después de todo sí iban a bromear sobre los pequeños percances que habían tenido lugar durante la cena. Seguramente el embajador se iba a acoplar a la charla luego, y Enrique presentaría una sinceras e irresistibles disculpas. Después de todo, seguramente hasta la señora Echagüe Alvarado iba a reemplazar su gesto fruncido por una sonrisa cómplice. Justo cuando el agregado cultural estaba olfateando con placer la copa junto a él, por una de esas desgraciadas casualidades se le fueron a caer no uno, sino los dos ojos juntos. Escuchó un ruido líquido y fastidio generalizado. El ridículo ya era completo, ahora la señora Echagüe Alvarado no lo iba a invitar más.



FIN

1 comentario:

admini dijo...

Muy bueno, como siempre tiene esos finales abruptos de mierda que te dejan con ganas de saber que pasó, pero bueno, ahí está la gracia del cuento, yo pense que la iba a rematar diciendo que en realidad estaban en un leprosario visitando...
Pero bueno, me gustó mucho

Salutaciones!