LA FRASE DEL PERIODO DE TIEMPO QUE VA DESDE SU PUBLICACION HASTA SU REEMPLAZO POR OTRA

"Sin la facultad de olvidar, nuestro pasado tendría un peso tal sobre nuestro presente, que no soportaríamos abordar un solo instante más, y mucho menos entrar en él. La vida sola le resulta soportable a los caracteres triviales, a aquellos que, precisamente, no recuerdan."
(E.M. Cioran)

lunes, 31 de octubre de 2011

POSTAL ELECTORAL

Febo asoma, y todos chochos van a votar respirando profundamente como si la libertad flotara en el aire. Si hoy prestan atención, van a escuchar como las palabras “sufragio”, “ciudadanía”, “derecho” y “obligación” se repiten una y otra vez. Ah, y también el verbo “emitir”, infaltable. Yo no entiendo ni comparto todo ese folklore electoral. Debe ser porque no voy a votar, seguramente, pero me voy a ahorrar en esta oportunidad las razones por las que no lo hago para no aburrir con mis principios anarquistas. La caballerosidad me lleva, sin embargo, a hacer cola frente a una de las sagradas mesas para acompañar a mi novia. Ella sí cumple con este derecho obligatorio de la ciudadanía y emite su sufragio. La acompaño en un gesto de amor, así que no me hago reproches éticos ni me siento un incoherente.

Hay otro folklore que reluce hoy: el de lo público, lo estatal. O desluce, mejor dicho. Mientras estamos parados en la fila, ensayo una diatriba en contra de la burocracia en plena municipalidad ante la paciente y comprensiva mirada de mi novia. Imagino la plata de los impuestos diluyéndose vaya a saber dónde. Imagino a obesos empleados mascando medialunas mientras entregan con displicencia formularios inútiles. Celulosa malgastada, árboles muertos para que la gente pueda llenar un papelito que los habilite a, sin ir más lejos, quitar otro árbol, porque levantan las veredas, vieron qué dañinas y degeneradas pueden ser las raíces. La señora que está detrás de nosotros trata de impresionarnos contándonos la historia de una raíz que llegó a infiltrarse en el living de una casa. Mientras, la fila avanza lentamente. Un tipo que lleva largo rato en el cuarto oscuro sale y reclama un faltante de boletas. Parece que le llevó su tiempo darse cuenta, y eso que con la patraña de las elecciones primarias, ahora había menos cantidad de partidos para elegir. Un típico cuadro estatal se comienza a esbozar cuando entra una señora en silla de ruedas. El ascensor de la santísima municipalidad no anda, lo cual explica porque que su puerta está bloqueada con una maceta. La urna tendrá que ser descendida en ceremoniosa procesión. La pobre mujer se queja, y en la fila se dejan oír murmullos de obligada indignación.

Las siguientes pinceladas costumbristas las da un hombre mayor, que por la edad seguramente iba a votar conducido exclusivamente por firmes convicciones civiles. Ahora el problema no es subir, sino bajar: llegar al cuarto oscuro exige bajar escaleras y el pobre hombre sufre de problemas físicos que lo impiden. La autoridad de la mesa, con la vetusta pero bien conservada libreta de enrolamiento del hombre en la mano, nos propone que el señor, que ya traía la boleta lista de su casa, prepare el sobre para votar mientras nosotros le damos la espalda. Las autoridades de mesa rodean al hombre para que nada se vea, y el señor emite su sufragio semi-secreto y voluntario mientras algunos lo miran con la admiración que producen en cierta gente los jubilados que votan.
Le toca votar a mi novia, que, más joven que yo, me lleva unos cuantos sellos de ventaja. La presidente de mesa llama al siguiente, la señora que está detrás me pregunta si es mi turno, a lo que yo le contesto que no lo es, por suerte, así que es el turno de ella. Con paso decidido de buena ciudadana, se acerca hasta la mesa y entrega su documento. Su nombre es dicho en voz alta y todas las autoridades la buscan en el listado. Se empiezan a mirar entre ellos confundidos. La gloriosa escena final tiene lugar: la presidente le comunica a la señora que alguien ya había votado en su lugar, con el mismo número de documento, mismo nombre, misma dirección, misma identidad, bah. La mujer, perpleja, asegura ser la única con ese documento. Le recomiendan ir a la comisaría a realizar una denuncia por usurpación de identidad. La señora se retira confundida, sin voz ni voto. Mi novia sale del cuarto oscuro y emite lo que corresponde emitir.


Evito todo contacto con los medios de comunicación durante el resto del día, pero no puedo dejar de pensar en qué siente esa señora el resto del día sabiendo que su doppelgänger electoral le ha ganado de mano. Tal vez se conforma con la esperanza de que haya elegido lo mismo que hubiera elegido ella.

2 comentarios:

admini dijo...

triste realidad, pero como escuche o lei por ahi: "si votar sirviera, estaría prohibido" no obstante, si la población tomara conciencia, y votara con inteligencia, SI serviría, pero eso no va a pasar...
Yo voté pero no sentí ese orgullo ciudadano de sentirme participe del destino de la propia patria que senti en ocasiones anteriores. Un destino que ya esta sellado, el de la mediocridad.

Rne dijo...

Casi por acto reflejo le contestaría: "no se preocupe, ya la gente tomará conciencia", pero no me gusta mentir tan descaradamente.