LA FRASE DEL PERIODO DE TIEMPO QUE VA DESDE SU PUBLICACION HASTA SU REEMPLAZO POR OTRA

"Sin la facultad de olvidar, nuestro pasado tendría un peso tal sobre nuestro presente, que no soportaríamos abordar un solo instante más, y mucho menos entrar en él. La vida sola le resulta soportable a los caracteres triviales, a aquellos que, precisamente, no recuerdan."
(E.M. Cioran)

jueves, 13 de diciembre de 2007

UN POCO DE HISTORIA JUGUETIL (¡che, paren con los neologismos!)

La fábrica alemana de muñecos Arfälburdßeich pasó a la historia en la década del ‘50 por sus innovaciones en lo que concierne a la originalidad conceptual de sus productos. Todo comenzó, para ser exactos, en 1952, año en que lanzó el muñeco que más conmoción causó en toda la historia del juguete europeo: el muñeco Helmund.
La reluciente idea era la de un muñeco que se asemejara a un bebé. Nada fuera de lo común, es lo que se podría señalar en primera instancia; ya había cientos de muñecos replicas de bebés en el mercado del juguete. Pero los creadores vanguardistas de Arfälburdßeich habían fabricado un muñeco cuyo parecido con los bebés cruzaba ciertos límites. El juguete en cuestión imitaba a los bebés de carne y hueso hasta en un importante detalle: tenía una necesidad fisiológica, en este caso, la de eliminar líquido. Dicho de otro modo, Arfälburdßeich fue la empresa que lanzó a la venta al primer bebé de juguete que orinaba.
Niñas de todo el mundo comenzaron a agolparse en las jugueterías, y, presas de un desenfrenado frenesí consumista, rogaron a sus padres haciendo uso de las típicas técnicas de persuasión que algunos niños manejan tan bien hasta lograr llevarse a casa el último gran logro de la industria del juguete mundial. Claro que había mucho que tanto las niñas como los padres ignoraban. El proceso de eliminación de orín (que se trataba en realidad de un líquido con colorante) era imprevisible: no eran las niñas las que decidían el momento de la micción del muñeco, sino que éste tenía un mecanismo que funcionaba de manera tal que lo hacía orinar en forma aleatoria, hecho que traía indeseadas consecuencias. La imitación de orín no sólo tenía un colorante que manchaba la ropa del bebé, sino que también contaba entre sus propiedades con un olor acre. Como podemos imaginar, las niñas se veían obligadas a lavar la ropa de Helmund cada vez que éste orinaba. Algunas que dormían con el muñeco amanecían a veces en una cama mojada y hedionda, producto de los impredecibles mecanismos del infante plástico. La mayoría de los padres no estaban nada satisfechos con el carácter imprevisible del sistema urinario de Helmund y decidieron elevar una queja a la fábrica. Fritz Hülm, presidente de Arfälburdßeich, declaró que “si bien el muñeco tiene como fin divertir a las niñas, también les enseña que la vida no es un juego. Helmund trata de cruzar la barrera de la recreación, para internarse en el terreno de la responsabilidad. Las niñas aprenden de este modo lo que significa tener un bebé. Les recuerdo que los bebés de carne y hueso no tienen incrustados en su cuerpo botones que uno oprime para que orinen. Helmund tampoco. Nunca se sabe que puede ocurrir con él. Y si su orina huele mal y mancha, es también debido a nuestro afán de recrear lo mejor posible lo que ocurre con las criaturas reales”.
Algunos padres decidieron terminar con los caprichos del muñeco e intentaron desarmarlo en busca de algún depósito secreto que alojara el falso orín, o alguna válvula que pudiera ser el disparador de todo este desmadre. Vanos fueron los intentos, ya que Helmund parecía imposible de desarmar. Los padres que lograron abrirlo se encontraron con intrincadísimos mecanismos, y no pudieron volver a ensamblar al terrible y rechoncho pequeño. Los que lograron con sumo esfuerzo rearmar a Helmund declararon haberse quedado con un muñeco que parecía muerto, como comentó en su momento Hanz Berthfang, famoso locutor radial al que se le preguntó por el tema: “Desarmé a Helmund, pero al volverlo armar (lo cual fue casi imposible), ya no era el mismo que yo había desarmado. Al quitarle las cosas que tenía dentro, ahora lucía vacío, estéril, como si estuviera muerto, aunque nunca había estado vivo. Después de todo, es sólo un muñeco. Pero no sólo yo noté un cambio. Mi hija se asustó al verlo y me pidió que lo tirara a la basura. Era tal la sensación que me producía verlo, que esperé a medianoche para arrojarlo al basurero, y no pude evitar mirar hacia los costados mientras lo hacía, como haría un delincuente”.
Las ventas de Helmund comenzaron a bajar estrepitosamente. Los tradicionales muñecos estériles (o, mejor dicho, más estériles aún) reconquistaron el terreno que habían perdido.
Cabe destacar para terminar esta reseño un caso especial que se dio en Munich. Una niña advirtió que su muñeco Helmund parecía aumentar de tamaño. De hecho, así era. Al pasar los años, este ejemplar comenzaba a alargarse, pero sin llegar a la deformación, debido a que aumentaba de tamaño proporcionadamente. Puede sonar extraño, pero el muñeco parecía crecer. La familia notó algunos cambios: Helmund ya no “orinaba”, su expresión sonriente iba reemplazándose paulatinamente por una de ligera severidad, y una falsa vellosidad comenzaba a cubrir su cara. La niña de Munich, Greta, comentó recientemente, a la edad de 62 años: “Hace poco, durante una mudanza, me llevé una tremenda y algo desagradable sorpresa. En un viejo ropero, en el cual guardaba tesoros de mi juventud, encontré a mi viejo muñeco Helmund, o algo similar. El plástico estaba podrido, y olía tremendamente mal, pero lo que más me impactó fue su rostro, replica del rostro de un anciano. Dentro del ropero, aquel muñeco había seguido metamorfoseándose”. Algunos investigadores conjeturan que el muñeco de Greta se trataba de un prototipo que accidentalmente había salido a la venta: un prototipo de un muñeco que crecía, y que se alejaba de este modo aún más del terreno del juego. Y es que de eso trató el fracaso de Helmund. Los muñecos dejan a los niños ser dioses por unos años, y les permiten hacer lo que se les antoje con ellos. Luego, es la sociedad quien se ocupa de moldear y manipular a aquellos que en un momento ocuparon los panteones sagrados de la niñez. El niño, tal vez a sabiendas de las interminables responsabilidades por venir, a veces injustas o incomprensibles como la vida misma, quiere ser libre, y lo último que desea es estar atado a los caprichos de un trozo de plástico que expulsa apócrifos y fétidos residuos líquidos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

ma que miccion ni que miccion, es meo!!!

Anónimo dijo...

Jovenes, se comenta que este muñeco era llamado pinocho en mucho paises anglosajones, pero cuidado (con la bomba chita) que lo que le crecia no era la nariz.
PD: Aguante Peron