LA FRASE DEL PERIODO DE TIEMPO QUE VA DESDE SU PUBLICACION HASTA SU REEMPLAZO POR OTRA

"Sin la facultad de olvidar, nuestro pasado tendría un peso tal sobre nuestro presente, que no soportaríamos abordar un solo instante más, y mucho menos entrar en él. La vida sola le resulta soportable a los caracteres triviales, a aquellos que, precisamente, no recuerdan."
(E.M. Cioran)

lunes, 3 de septiembre de 2012

POSTALES URBANAS: EL FURGÓN

La noche se ilumina con chispazos a la altura del paso a nivel cada vez que un tren pasa. Ya pasaron varios para el lado de Retiro, pero ninguno para Suárez. Desde el verde más cercano, los grillos entonan su mantra mientras el gris del andén se empieza a poblar más de lo que uno esperaría a esta hora. Las platinadas hojas caídas de los arces se amontonan entre los durmientes y la vía parece una peligrosa senda peatonal. En un banco de madera, un hombre se pasa por su hirsuto pelo entrecano unas manos grandes y resquebrajadas, una mujer da de mamar a un bebé, y un joven con auriculares resalta fragmentos en un apunte de la facultad mientras la voz de Goyeneche resuena en su cabeza. Desde el cerrado puesto de panchos, 7-Up les asegura que la tienen clara. Cada tanto, los bufidos de queja de los expectantes pasajeros se fusionan en una ventisca tibia de protesta.

Salido del túnel que comunica la estación de Carranza con el subte, como parido de golpe, un nuevo grupo se suma a la escena. Está formado por nenes de no más de diez años que saltan, gritan, corren, se escupen, e improvisan un partido de fútbol entre la gente con una lata aplastada que hace las veces de pelota. Pasala, morfón, dale, acá, acá, loco. Uno de los nenes, que parece ser el más chico de todos, no participa del evento deportivo y se sienta al lado de la señora que está dando de mamar mientras se hurga la nariz con el dedo. La mira con curiosidad, con cierta ternura, hasta que el cansancio no le deja más alternativa que un bostezo ruidoso. ¿No tiene una monedita? A lo lejos se comienzan a pronunciar las luces errantes del tren que viene retrasado. El abordaje al tren está sazonado con la infaltable disputa por los asientos libres, que no es más violenta porque a esa hora a la gente ni ganas le queda ya de pisotearse. El grupo de chicos, en cambio, ni se molesta y va directamente a copar el ruinoso furgón. Dale, metele, que va pa Suárez. Entre el olor a la suciedad acumulada durante años en los vagones y el aroma a quemado que emanan las vías agotadas de tanta fricción, un integrante del grupito abandona el griterío y los juegos de manos para comenzar su peregrinación nocturna. De asiento en asiento, este angelito con bluyín de no más de ocho años va dejando estampitas surtidas de vírgenes y santos en las faldas de los pasajeros con la esperanza de recibir alguna moneda a cambio. En el mejor de los casos, recibirá una moneda y la devolución de la estampita, que es una herramienta muy útil en el oficio de la mendicidad. En el peor de los casos, obtendrá una mecánica indiferencia. Pero siempre se puede estar peor: una señora se molesta en levantar su mirada de la Para Tí (el negro, un color amigo que siempre es bienvenido en el guardarropas) y le ofrece con su encremado rostro una mueca de desprecio. Mientras se niega a recibir la estampita, hace un gesto de negación con el ceño fruncido, indignada. Al nene parece no importarle. Eso parece, al menos. Es posible que en un futuro ambos se vuelvan a encontrar; él más crecido, claro, y no justamente repartiendo estampitas, ya que eso de que la contribución sea voluntaria deja de funcionar cuando pasan los años y las necesidades son otras. En esa hipotética oportunidad, posiblemente la señora no vaya a poder negarse.

El niño de mil años vuelve con unas pocas monedas al griterío y a las risotadas del furgón que se agita de forma espasmódica. Un par de hermanitos están listos para salir a función, en pocos minutos irán cantando “Lunita Tucumana” de vagón en vagón, tamborcito calchaquí, una monedita comprar leche para los hermanitos. Furgón camarín, furgón inexpugnable para los pequeños viejos de siempre, los parias de todo régimen, desterrados en el olvido. Afuera llueve, el sonido de los truenos se confunde con el de las sacudidas del tren sobre las vías. El furgón, una bomba de tiempo.

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