LA FRASE DEL PERIODO DE TIEMPO QUE VA DESDE SU PUBLICACION HASTA SU REEMPLAZO POR OTRA

"Sin la facultad de olvidar, nuestro pasado tendría un peso tal sobre nuestro presente, que no soportaríamos abordar un solo instante más, y mucho menos entrar en él. La vida sola le resulta soportable a los caracteres triviales, a aquellos que, precisamente, no recuerdan."
(E.M. Cioran)

lunes, 3 de septiembre de 2012

SEÑORES PADRES: ...

...el amor que profesan por sus hijos se vio de alguna manera transfigurado en estupidez pura. Esta los condujo a considerar perfecto y sagrado todo lo que esté relacionado con su progenie. Además, han sido embaucados por la retórica publicitaria que hace uso de la tergirversación para persuadir a como dé lugar. Es así que ustedes, progenitores, llegan a considerar verdaderos algunos evidentes embustes que cualquier persona con una pizca de juicio crítico rechazaría de inmediato. Es mi deber enterarlos acerca de ciertas confusiones conceptuales en las que ustedes incurren diariamente a la hora de evaluar a sus niños.


Comencemos refiriéndonos a los bebés. Como si no fuera suficiente con la idealización extrema que atraviesa los sentimientos de los padres, la publicidad ha provisto de un velo inmaculado a todo lo que se relacione con los lactantes. Piensen por ejemplo en el caso de los desodorantes de ambiente que dicen emular el aroma de estas criaturas. No se trata sino de otra baja y obvia táctica de mercadotecnia. Si agudizaran un poco sus adormecidos sentidos, percibirían que esos productos huelen en realidad a otra cosa, y no a bebé. Algún padre alegará que su bebito emana con frecuencia ese perfumado olor, pero es mi triste deber aclarar que ese aroma no es inherente a los bebés, sino una mera circunstancia hija de las medidas higiénicas, y tiene nombre y apellido: talco. En cambio, sí es propio y natural de estas criaturas el olor penetrante a materia fecal y a orina, lo que nos permite afirmar una cosa: la impresión olfativa asociada al fruto de su vientre, señora mamá, está más cercana a la de un camión atmosférico que a la que pueda proporcionar un aromatizante en spray. Sé que estas palabras no le resultarán convincentes, y que las exoneraciones intestinales de su hijo seguirán teniendo un aire sagrado. Para que se quede tranquila, voy a darle el beneficio de la duda a su bebé, ya que, después de todo, este desconoce el concepto de continencia, así como desconoce casi todo lo que lo rodea. Si me apura, puedo inclusive declarar inocente a su bebito, pero no sin dejar de recordarle que Stalin también fue bebé, lo mismo que Hitler y Nerón, entre otros nenes de pecho. Así que, libertad condicional, en todo caso.

Cuadrito de Bespi, de Alfredo Grondona White
El problema de la errada actitud paternal ante la realidad se agrava cuando, al pasar los años, los señores padres se empeñan en defender lo indefendible. Una vez que los bebés evolucionan y se transforman en esos peligrosos bípedos crueles y violentos que llamamos comúnmente niños, sus padres justifican de manera sistemática cada uno de sus actos vandálicos. Los destrozos materiales son concebidos como un mal inevitable y en algunas ocasiones, una deliciosa anécdota para el mañana. En cuanto al desempeño moral de sus hijos, a los padres no les alcanza con situarlos siempre en el plano de lo bienintencionado, de lo pulcro y de lo diáfano, sino que, llegado el caso en el que esa postura sea muy difícil de defender, no tienen reparos en considerarlos redondamente inimputables, más allá del bien y del mal (si se me permite el cliché). Fíjense cuán injustos serán a la hora de juzgar, señores, que mientras seguramente en este momento me están considerando un individuo descortés por las necesarias verdades que estoy exponiendo, no son así de severos cuando deben serlo, es decir, cuando sus hijos lanzan sin anestesia previa sus verbales dardos con curare. Así resulta que lo que es descortesía en un adulto se transforma en entrañable picardía en un infante. Veamos algunos ejemplos concretos. Su hijito, señora, luego de haber comido con modales de corsario y de hacer gala de su habilidad para expeler gases estomacales por la boca (si es que tuvimos la suerte de que no los expeliera a través de otro distrito del cuerpo), puede (sin inmutarse) señalar a los gritos la ausencia de hábitos depilatorios en cualquiera de las comensales sin que nadie se espante. También puede (sin temer castigo alguno) subrayar innecesariamente la fealdad irreparable de algún tío sin descuidar la tarea de derramar el contenido del vaso más cercano sobre el mantel, o de romper algún jarrón a mano. Como se ve, daño moral y material van en conjunto. Podría citar muchísimos ejemplos de los tópicos de la crueldad preferidos por estos maquiavélicos niños (valga la redundancia), a saber: la soltería perpetua de alguna tía, el ojo de vidrio de algún abuelo, la falta de simetría en los dientes incisivos de algún primo, la prominencia del maxilar inferior del sodero, la obesidad mórbida del kiosquero, la pierna ortopédica de la vecina, los problemas de dicción del cajero del supermercado de la esquina, el labio leporino del mecánico y así podríamos seguir por largo rato. Un detalle carácterístico del modus operandi: el niño actuará siempre en público para de ese modo profundizar la humillación de su víctima, y para proteger además su integridad física, ya que siempre será defendido ante cualquier intento de represalia por parte de la víctima.

Es importante que comprendamos de una vez que el niño es como una especie de criminal que ejerce además la suma del poder público: legisla y promulga subvertidas leyes bajo las cuales somete a su entorno de forma implacable. Solo resta que lo postulen para presidente.

Para concluir, agregaré que comprendo que tengo en mi contra una fuerza histórica, una fuerza que ha forjado una engañosa concepción que estos pequeños delincuentes comunes han sabido aprovechar. El relato oficial nos retrata a los niños como afables criaturas de mejillas rosadas, pletóricas de bondad y dulzura. La realidad nos ofrece un contraste que pocos quieren ver. Expongo estos breves pensamientos a sabiendas de que no lograré persuadirlos, papi y mami, de que dejen de considerar cada episodio de la vida de su hijo como parte de una hagiografía. No se puede luchar contra la fe ciega, no hay caso.

(Extraído del volúmen Textos para espantar a la gilada, de patotera inminente edición)


Puedo jurar que en mi edición del libro decía "pelado boludo" (y mi memoria no falla para este tipo de cosas). Voy a buscarlo en mi biblioteca y luego les confirmo (aunque no creo que les importe demasiado, ¿no?)

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