LA FRASE DEL PERIODO DE TIEMPO QUE VA DESDE SU PUBLICACION HASTA SU REEMPLAZO POR OTRA

"Sin la facultad de olvidar, nuestro pasado tendría un peso tal sobre nuestro presente, que no soportaríamos abordar un solo instante más, y mucho menos entrar en él. La vida sola le resulta soportable a los caracteres triviales, a aquellos que, precisamente, no recuerdan."
(E.M. Cioran)

martes, 4 de diciembre de 2012

EL RINCÓN DEL CINE (por Timoteo Lumier)

Bananas (Allen/Rose , Estados Unidos/1971). Dirección: Woody Allen. Con Woody Allen, Louise Lasser, Carlos Montalbán, Jacobo Morales. Fotografía: Andrew M. Costikyan. Música: Marvin Hamlisch. Edición: Ron Kalish y Ralph Rosenblum. Diseño de producción: Herbert Mulligan. Producción hablada en inglés. Duración: 82 minutos. Apta para mayores de 13 años.



BANANAS

ABSURDO, AMOR Y REVOLUCIÓN


“Recuerdo la historia del granjero que tenía relaciones incestuosas con sus dos hijas al mismo tiempo…”. Este es el modo en el que Fielding Mellish (Allen) pretende romper el hielo en una cena de beneficencia para la República de San Marcos, el país del cual es presidente. Un país que, además de ser “el líder mundial en hernias”, puede ofrecer a cambio de la ayuda “langostas de todas las razas y credos”. Este tono desopilante y absurdo es el que Woody Allen logra mantener a lo largo de la casi hora y media que dura Bananas, su tercera película como director, estrenada en 1971.

Bananas cuenta la historia de Fielding Mellish, un hombre con una vida mediocre y un empleo sin futuro que se enamora de Nancy (Lasser), una activista por los derechos humanos. Tras una breve relación que ella termina aludiendo que necesita a un hombre fuerte, un líder a su lado, un destrozado Fielding viaja al país centroamericano de San Marcos para tratar de olvidarla. El destino quiere que accidentalmente termine colaborando en una revolución guerrillera contra el dictador Vargas (Montalban). Luego del triunfo, Espósito, el líder de la guerrilla (de aspecto notablemente guevariano), comienza a mostrar alarmantes signos de locura y despotismo. El resto de los revolucionarios designan a Fielding como presidente, puesto que él acepta resignado, ya que es un descreído político. Azotado San Marcos por la pobreza, Fielding acude a Estados Unidos para buscar ayuda económica, pero lo hace en carácter de presidente, disfrazado con uniforme y una grotesca barba postiza estilo Castro. El gobierno lo descubre y le inicia un proceso por traidor.

Como en toda la primera época de la filmografía de Woody Allen, su idiosincrásico humor intelectual se ve efectivamente mezclado con una gran dosis de absurdo y humor físico en la tradición de Chaplin, Keaton o los Hermanos Marx. Allen recicla material de su época de comediante de club nocturno y lo reformula junto a nuevas ideas de su siempre fecundo ingenio con gran eficiacia. Su implacable sátira transmite una clara sensación de nihilismo político que ni los revolucionarios de izquierda ni los gobernantes de derecha pueden aplacar, ya que se comportan de maneras trágicamente similares. Tampoco queda indemne el gobierno de Estados Unidos y su intolerancia política, perfectamente sintetizada por Miss Estados Unidos, insólito testigo en el payasesco juicio a Mellish. Sin perder su afable compostura de concurso de belleza, declara ante el estrado que como el acusado piensa diferente al presidente es “un subversivo de mierda”.
El excelente libro, que también cuenta con aportes del escritor de comedia Mickey Rose, no pierde el ritmo y tiene una muy buena cohesión, circunstancialmente menoscabada por algunos gags que parecen insertados a la fuerza (todos buenos, sin embargo).

La actuación de Allen es brillante, lo cual no es de extrañarse, ya que su personaje se acomoda perfectamente a sus dotes actorales, siguiendo un prototipo que como actor y escritor supo explotar a lo largo de su carrera sin cansar ni repetirse en exceso. De hecho, si lo analizamos, no hay mucha más diferencia que el nombre o detalles laterales entre este Fielding Mellish de Bananas, el Miles Monroe de Sleeper (1973) o el Boris Grushenko de Love and Death (1975). Todos ellos, algo neuróticos, algo fracasados, hallan un movil irresistible que los termina agigantando: el amor.
Allen encuentra una compañera ideal en Louise Lasser, con quien comparte varias de las mejores escenas de la película, en las que la actriz se desenvuelve con encanto y naturalidad notables. La interacción verbal entre ellos es impecable y los diálogos que mantienen son antológicos.
Del resto del elenco se destacan el mexicano Carlos Montalban, en el papel del dictador Vargas, y Jacobo Morales en el papel del lider guerrillero Espósito, ambos personajes caras opuestas de una misma moneda.
En lo que concierne a su fotografía, Bananas es muy sólida, en parte gracias a la filmación en locaciones en Perú y en Puerto Rico. Las escenas de ciudad recrean el aspecto colonial descuidado de un país pobre, y la escenas selváticas crean el escenario perfecto para el refugio de la guerrilla. El resto está filmado en Nueva York, lugar recurrente en gran parte de las películas de Woody Allen. En este caso, la ciudad es un mero escenario para las escenas y no hay una exaltación de su belleza como en trabajos posteriores del director como Annie Hall (1977) o, especialmente, Manhattan (1979). Los temas musicales compuestos por Marvin Hamlisch cumplen con creces su objetivo. Resaltan el aire tropical y latino en las escenas de San Marcos, y subrayan dulcemente los momentos románticos entre Nancy y Fielding. Como no podía ser de otra manera, Allen encuentra un espacio para incluir algo de jazz de los años veinte en una escena digna de cine mudo en la que Fielding persigue por todo su departamento a un escurridizo paquete de vegetales congelados.

En Bananas se encuentra la quintaesencia del estilo del primer Woody Allen, irreverente, transgresor, absurdo, ácido, nostálgico, romántico, y, sobre todo, increíblemente gracioso.


Timoteo Lumier


LA escena del rapto fallido, la favorita de nuestro director Rne


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