“El que espera desespera”, reza el viejo adagio (NOTA: la redacción pide disculpas por la horrible elección del autor de comenzar este texto con una frase hecha, y no nos referimos a: “el que espera desespera”, sino a: “reza el viejo adagio”).
Ya sea el resultado de un examen (ah, pequeños letrados), el colectivo (ah, pequeños viajantes), la presencia de una fémina (ah, pequeños picarones) o el cambio de guardia en un banco (ah, pequeños delincuentes) el hombre siempre espera. La situación de estar en una aparente suspensión mientras el flujo temporal corre hasta el momento en el cual tiene lugar el hecho que ansiamos (es decir: esperar) es una tarea que requiere templanza de espíritu, equilibrio de la psique y suma fortaleza. De otro modo, como ocurre generalmente, el hombre se transforma en una débil presa de la ansiedad y de la consiguiente muerte. Los datos fríos son reveladores: más del 73,8% de las personas que se vieron involucrados en esperas el último año no pudieron sobrellevar la situación y se suicidaron. Datos confiables y certeros que emiten una alarma, como aquella sirena estruendosa que le indica al maleante (ah, pequeños delincuentes) que su tiempo de tranquilidad se acabó y que ya debe o bien entregarse o poner fin a su vida jalando nerviosamente el gatillo y dejando que su sien estalle en densos fluidos bermejos. (NOTA: la redacción se disculpa por casi todo lo que se ha escrito hasta aquí). Algunos estudiosos han realizado experimentos (a veces aberrantes) para tratar de entender el fenómeno. En la Universidad de Michigan, conocida por sus sádicas prácticas científicas, sometieron a un colibrí a una espera de ocho horas por el llamado de su pareja con quien debía concretar una cita en una estrilicia cercana. La psique del ave se vio deteriorada de tal forma que, ya ido de sí y sumido en un profundo estado de desesperación, el colibrí macho libó de forma desenfadada una plantación de alcauciles y puso fin a su existencia. Más allá de la repulsión que causa este tipo de experiencias con aves, la situación descripta es suficiente y ni enunciación de una conclusión hace falta (de todos modos, los hediondos cientificistas de la Universidad editaron un mamotreto infestado de tecnicismos y frialdad para expedirse acerca del ya famoso en el ambiente “Experimento Colibrí”).Pero, claro, no sólo en Michigan su cuecen habas (NOTA: sabrán disculpar esta nueva frase hecha). Hay registros de un horroroso experimento que tuvo lugar en nuestro país en el cual se sometió a un hombre a esperar un colectivo por 3 horas. Como si esto fuera poco, se hizo que circularan por la calle en repetidas ocasiones colectivos de colores similares al esperado o con numeraciones sutilmente diferentes. A la hora y media, se observó que el hombre sacó del bolsillo una lapicera y un pequeño anotador y comenzó a escribir. Estas son las desgarradoras palabras que el cobaya humano dejó fluir durante la espera:
"Ninguno es el que espero, y además, como si se tratara de un chiste irónico de la canalla vida, muchos tienen colores similares y de lejos parecen ser lo que espero. La cercanía se anuncia a fustazos en mi alma ya gimiente. Ninguno es el colectivo ansiado, son todas imitaciones similares, pero en estos casos basta con una diferencia, por más leve que sea, para llevar al espíritu al más hondo dolor. Es más, cuanto más leve es la diferencia, mayor es el dolor, mayor la desilusión, ¡y la vergüenza! ¡Qué patético se ve uno cuando siente que el ritmo cardíaco se aceleró por nada y que se ilusionó como un infante puro y candoroso! Ya me vi muchas veces en la situación soñada, sentado cómodamente, a bordo y en camino, feliz, realizado. No hay palabras que puedan describir el dolor de la desilusión nacida del descubrimiento de la horrenda verdad de que ese colectivo que es a lo lejos alivio, es cuando cerca brutalmente ajeno. Ay, si en algunas oportunidades llegué a casi estirar el brazo para detener a ese sosías traicionero, para luego volver a esconderlo con pudor e impotencia. Me siento un mero títere de un Destino cruel y perverso. Los recuerdos del chasis de ese colectivo de ensueño, de sus colores refulgentes, de sus sutiles pero protectoras butacas, de su andar tan hidráulico....¡Ya es demasiado! YA NO PUEDO”
Esta anotación perturbadora se encontró junto al cuerpo ya sin vida del hombre quien murió de lisa y llana tristeza, si bien la tristeza nunca es lisa y llana sino que se conforma de sinuosidades lacerantes y filosos bordes.
Pero no desesperen porque el fin de este artículo es guiarlos por el camino de la espera y la tranquilidad. Para dicho fin, enumero unos pocos pero efectivos consejos. Es esencial que la mente se ocupe y ya no perciba el acto de la espera, así que:
1-Lleve al lugar de espera una caja de clavos y un serrucho. Corte los clavos de a uno con parsimonia o clave el serrucho, usted elige. La mente, en paz.
2- Silbe canciones muy extensas o suites o sinfonías o inclusive obras completas de algún compositor muy prolífico. Si es posible, que las melodías sean cautivantes, complejas y que no dejen respiro al ejecutante. Nada de andar pensando en otra cosa mientras se silba. Mucha semifusa y polirritmos.
3- Si la espera es en la calle, trate de que la misma se realice en barrios peligrosos circundados por pandillas y malvivientes. Temerá tanto por su integridad física que se distraerá con incesantes miradas a los costados y constante sudoración. Cuando se quiera acordar, ya pasó, ya está, ya dejó de esperar.
4- Si la espera es en interiores, cuente los poros de las paredes que lo rodean y siga el conteo por el cielo raso. Se entusiasmará tanto que ni se va acordar ya de qué estaba esperando.
5- Si la desesperación es su especialidad y no puede evitar irrumpir en llanto, llore tratando de llenar una cubetera con sus lágrimas. Al necesitar llorar con destreza, la atención se dispersará y cruzará la línea que separa a los artistas de los simples estetas. Llore con técnica, no con pasión. Cuanto todo termine, tendrá unos hermosos cubitos para refrescar el brindis de festejo.
6- Si es hombre y está esperando a una persona del sexo opuesto (ah, pequeño picarón), compre flores para ella y otro ramo para usted. Proceda a comer las flores y el tallo. Elija rosas con espinas si es posible. Se verá tan entretenido quitándose las espinas del labio superior que ya ni va a pensar en la percanta en cuestión. Eso sí, cuando venga no la bese con los labios embebidos en sangre.
7- Extírpese los dientes a pulso, muélalos con ayuda de un martillo y luego haga dibujitos con el dedo sobre los restos polvorientos una y otra vez. Sí, suena doloroso, pero: ¿acaso prefiere estar consciente de que está esperando?
8- Procure un coma farmacológico con la ayuda de algún médico amigo para matizar las ansiedades.
9- Convénzase del carácter horroroso de la vida y concentre su mente en la idea de no esperar nada de ella. Sin ilusiones no hay ansiedad, sin ansiedad no hay espera que pueda lesionar su temple espiritual
10-Organice su vida de manera tal que siempre deban esperar los demás y no usted. De todos modos, esa organización lleva tiempo y por ende, espera, que era lo que se trataba de evitar. Pero bueno, me exigieron que los consejos fueran al menos diez.
Hasta la próxima vez. No me esperen.
Dr.Robles
Malaver, noviembre de 2007
 |
Melquiades, o el modelo de cómo esperar en tranquilidad |